En estos días, el mundo vuelve a mirar con preocupación al átomo. El conflicto entre Irán e Israel reaviva el temor de una guerra nuclear y la palabra “proliferación” vuelve a sonar con fuerza en medios y cancillerías. Pero, desde el sur del continente me parece importante proponer otra conversación: ¿y si volvemos a mirar cómo América Latina ha construido su relación con la energía nuclear? ¿Qué dice nuestra historia sobre el poder, la soberanía y la paz?
Porque sí, aunque suene paradójico, Latinoamérica tiene una tradición nuclear. Y no cualquier tradición: una profundamente pacífica, cooperativa y, a la vez, soberana. Tal vez, en estos tiempos inciertos, haya algo valioso que el sur tiene para decir.
Por Luciana Rossi
Coordinadora de Comunicaciones y redacción LIAP | Tesista de la Lic. en RRII. Coordinadora General TECHO Salta | Instagram: @lucianarossi_____ | Luciana_rossi@icloud.com
Una región que eligió otra cosa
En 1967, cuando la Guerra Fría seguía dividiendo al mundo en bloques y las grandes potencias acumulaban ojivas como si fueran medallas, nuestra región firmó el Tratado de Tlatelolco, que prohibía expresamente el desarrollo y la posesión de armas nucleares en América Latina y el Caribe. Fue el primer tratado de ese tipo en una región densamente poblada. Antes que Europa, antes que Asia.

Ese gesto fue más que diplomático: fue político. En lugar de sumarnos a la lógica de la disuasión, decidimos construir una identidad regional diferente, una en la que la paz no es ausencia de conflicto, sino una apuesta activa por otro tipo de poder. Uno que se construye con ciencia, con integración, con cooperación técnica. Y sobre todo, con autonomía.
Hoy, en pleno 2025, hablar del Tratado de Tlatelolco no es un acto nostálgico. Es más bien un recordatorio de vanguardia ante un tema profundamente contemporáneo porque en un momento donde se discute cómo evitar una guerra atómica, América Latina puede mostrar que ya eligió hace mucho tiempo un camino distinto. Y que ese camino funciona con un tratado que cobra una vigencia inesperada.
Primero, porque en el conflicto en Medio Oriente, no se ha sabido construir una arquitectura regional de desarme como la que América Latina logró hace más de medio siglo. Mientras ellos intercambian advertencias atómicas sin marcos comunes, nuestra región ya definió, con claridad, que las armas nucleares no tienen lugar en suelo latinoamericano.
Segundo, porque el Tratado de Tlatelolco fue anterior al Tratado de No Proliferación (1968) y nació por iniciativa regional, no por presión externa. Eso habla de una capacidad política propia, de una diplomacia del Sur que supo ser vanguardista en temas de seguridad, paz y control de armamentos. No nos alineamos ni al Este ni al Oeste: definimos una identidad latinoamericana en política internacional.
Y en tercer lugar, porque mientras otras regiones aún debaten cómo generar confianza mutua, América Latina ya lo resolvió con mecanismos institucionales concretos como la OPANAL siendo el organismo creado por el tratado.
El caso argentino: soberanía con bata de laboratorio
Argentina es un ejemplo nítido de ese camino. Desde la creación de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) en 1950, se apostó por desarrollar tecnología nuclear sin fines militares. En plena Guerra Fría, cuando la mayoría de los países en desarrollo eran espectadores de una carrera armamentista que no les pertenecía, Argentina elegía otro rumbo: ser potencia científica sin ser potencia bélica.

El caso de INVAP es emblemático. No solo diseñamos reactores nucleares para uso civil, sino que los exportamos al mundo. Australia, Egipto, Argelia, Países Bajos: países que compraron conocimiento argentino, desarrollado por técnicos y científicos en una empresa pública con base en Bariloche.
Y más recientemente, con el proyecto CAREM, el primer reactor de potencia íntegramente diseñado en el país. Aunque sufrió demoras y ajustes presupuestarios en los últimos años, sigue siendo uno de los proyectos de reactores modulares pequeños (SMR) más avanzados del mundo. Volvimos a demostrar que podemos imaginar un futuro energético desde la innovación y no desde la dependencia.
¿Qué podemos enseñarle al mundo hoy?
Lo que me interesa subrayar es que el Sur Global no está fuera de la historia nuclear. América Latina tiene uranio, tiene agua pesada, tiene litio. Tiene, y ha tenido, capacidad científica y voluntad política. Pero no tiene misiles. No porque no pueda, sino porque eligió otra cosa.
Argentina y Brasil incluso llegaron a tener tensiones durante los 70 y 80. Y sin embargo, fueron capaces de construir la ABACC (Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares), la única agencia binacional de control nuclear en el mundo. Una cooperación sur-sur para garantizar que ninguno de los dos desviara su programa con fines bélicos.
En medio de un nuevo ciclo de tensión global, con potencias que siguen creyendo que acumular armas es sinónimo de seguridad, la experiencia latinoamericana tiene algo para decir. No como ejemplo moralizante, sino como alternativa concreta.
En nuestra región sabemos que hay otras formas de construir poder, otra forma de habitar el mundo y que se puede tener energía sin amenaza. Que la soberanía también se juega en los laboratorios, y no solo en los campos de batalla. Y sobre todo, sabemos que la paz no es una posición neutral, es una decisión política activa. América Latina la tomó hace décadas.
Quizás es hora de que el mundo nos escuche. Quizás, en estos tiempos difíciles, haya algo de eso que podamos volver a contar con orgullo. Y eso, aunque no siempre se vea en los titulares, pero que también es parte de nuestra identidad.
Una respuesta a «Potencia sin misil: una tradición latinoamericana que el mundo haría bien en escuchar»
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Mercedes Joaquín
Muy buen artículo! Conocer la realidad local y valorar la posición histórica que tenemos ante un tema tan delicado como el armamento nuclear nos permite entender y ver el conflicto desde donde lo tenemos que hacer! Muchas gracias Luciana por dar a conocer las capacidades y la eleción de paz argentna!
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